El tenedor de Kertész y la práctica del optimismo

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Hace un par de semanas, mi amiga Verónica rescató del baúl de los recuerdos una de mis fotografías de un tenedor, y la acompañaba con la frase: “No pudo ser en mejor momento. Keep your fork, the best is yet to come. Gracias, Cris.” Mientras escribo éstas líneas, tengo amigos fotógrafos que están siendo agredidos por los cuerpos de seguridad en las calles venezolanas. Mi país atraviesa por uno de los momentos más oscuros de su historia y el optimismo es escaso. Las imágenes de personas heridas, de la represión a la protesta pacífica y de fotoperiodistas golpeados por hacer su trabajo me invaden la pantalla. Tengo problemas para concentrarme en escribir porque la indignación se apodera de mis neuronas. Sin embargo, intentaré seguir porque quizás exista algún tipo de paralelismo entre estos momentos que nos han tocado vivir y el relato que quisiera contarles.

Estudio de un tenedor. Caracas. ©matos-albers

Siete años han pasado desde aquella vez que envié esa fotografía a un grupo de amigas dispersas por el mundo. Ahora que Vero volvía a mencionarla, recordé que ella hacía referencia a una anécdota que en aquél momento acompañaba la fotografía. Puede que en principio les suene un tanto macabra pero no lo es: una mujer, que sabía que moriría pronto, estaba haciendo los preparativos para su funeral y le pidió al Padre que la velaran con un tenedor en su mano derecha. El religioso, sin poder esconder su asombro, le preguntó que cuál era el propósito de tan extraña petición. “Entre todos mis años de eventos sociales y lujosas cenas, mientras se levantan los platos de la entrada principal, alguien siempre sugiere que conserves tu tenedor porque está por venir algo fabuloso: un postre sustancioso” —respondió la mujer. “Cuando la gente se sorprenda al verme con un tenedor en la mano, me gustaría que usted les recuerde que es un símbolo: que lo mejor está por venir.”

Yo no recordaba casi nada de esa historia, pero lo que si no olvido es lo que con frecuencia viene a mi mente cuando veo la fotografía de un tenedor: André Kertész, quizás el máximo creador del tenedor mejor fotografiado del siglo XX. Por supuesto que salvando las enormes distancias, también recuerdo que la mía la tomé en una tarde de aburrimiento en el apartamento que tuve en Santa Paula. Había dejado un tenedor desordenado sobre la mesa del comedor, la orientación del edificio se prestaba para que entrara una luz espectacular durante las tardes y el cielo caraqueño se reflejaba en la base del utensilio. Eran momentos turbios para la política del país, pero ni cerca de lo que hoy nos golpea tan duro. Tomé la cámara, la curiosidad por la luz y la forma me llevó a jugar con el objeto por un rato.

En momentos así, existen referentes fotográficos que invariablemente aparecen en mis pensamientos. Hay tenedores famosos, sí— Fork (1928) de André Kertész, por ejemplo, es uno de ellos. Los tenedores son recursos que he utilizado con frecuencia en mi trabajo. Cuando los incluyo en mis fotografías, siento que no estoy incluyendo un utensilio corriente, sino que estoy incorporando lo cálido, cotidiano y familiar a una fotografía que quizás por el contrario podría sentirse distantemente fría. En condiciones normales, al fotografiar un plato de comida, el tenedor se convierte en el vínculo con el humano aún ausente; el utensilio es lo que habla del disfrute de ese objeto/sujeto que posa para el lente. Sin embargo, debo confesar que en el actual contexto que atraviesa Venezuela, con una enorme cantidad de sus ciudadanos hurgando entre la basura para poder alimentarse, es difícil pensar en el tenedor sin ver primero el plato vacío. (Para leer más sobre el tema, pueden visitar el reportaje especial de Prodavinci, “El hambre y los días”)

André Kertész, Fork, 1928. © Estate of André Kertész.

Entonces, volví recientemente a algunas lecturas sobre Kertész y su trabajo. Fui a la base de datos del MoMA para ver esa icónica imagen una vez más y reflexionar sobre la simbología de los objetos y la recurrencia de los temas en la fotografía. Y, ¿cómo es que un tenedor tiene el poder de hacer eso? Pues porque no es un tenedor cualquiera … aunque de hecho, si lo es, pero Kertész lo retrata de tal forma que lo eleva a un objeto maravilloso: es un juego de formas, de luz y sombra, pero a pesar de su belleza —reposándolo sobre un plato que se asoma al cuadro— no lo despoja nunca de su calidad de tenedor. Es una naturaleza muerta, un estudio formal de composición, pero al mismo tiempo es una oda a lo magnífico de lo cotidiano. Kertész es un maestro en obligarte a observar aquello que de otra forma pasaría desapercibido. En sus fotografías, buscaba resolver un tema compositivo pero al mismo tiempo reproducir inequívocamente una atmósfera y un sentimiento. El fotógrafo destacaba por realizar imágenes con todos los formalismos de la composición pero que al mismo tiempo fascinasen por su simplicidad en lo ordinario.

Detalle en verso. MoMA. André Kertész, Fork, 1928. © Estate of André Kertész.

No es un dato menor que el autor sea el gran fotógrafo húngaro del siglo XX, maestro de maestros, pero al mismo tiempo un hombre que sentía que su trabajo no recibía el reconocimiento que merecía y que en repetidas ocasiones ha sido descrito como melancólico y reservado. Y es que pareciese que el sentimiento era justificado: en 1927, en un contexto donde la fotografía peleaba por un puesto entre otros medios artísticos considerados más serios, Kertész se convirtió en el primer fotógrafo en el mundo en hacer una exhibición individual. Durante los 11 años entre las dos grandes guerras, Kertész había logrado escalar a un nivel de reconocimiento fotográfico importante en Europa y, en París, cultivaba su amistad con Piet Mondrian, Colette y otros artistas, particularmente pertenecientes al Dadaísmo.

Pero, al llegar las persecuciones de la Segunda Guerra Mundial  y el nacimiento de Nueva York como un nuevo centro artístico, Kertész se vio obligado a emigrar a los Estados Unidos. En su nuevo lugar de residencia, y de un momento a otro, el fotógrafo cayó en una suerte de oscurantismo: su trabajo personal disminuyó, el contacto con otros artistas fue prácticamente inexistente, le embargaba un sentimiento de aislamiento y sentía desilusión por la falta de reconocimiento. A todo esto se le sumaba el poco estímulo que le producían las asignaciones con las que sustentaba su nueva vida en los Estados Unidos.  Durante este período realiza Melancholic Tulip (1939), otra de sus icónicas imágenes y, considerando el contexto en el cual se realiza la obra, no resulta difícil dibujar ciertos paralelismos entre la flor adormecida y el ánimo del artista para aquel entonces. Fueron años duros para el fotógrafo. Retomó proyectos comerciales y siguió adelante. Desde 1947 hasta 1962 mantuvo un contrato con la revista House and Garden fotografiando espacios interiores y arquitectura. Le llevó años recuperarse, pero Kertész consiguió de nuevo ponerse de pie: en 1946 con una exhibición en el Art Institute de Chicago y, en 1964, con otra en el MoMA. Eventualmente en los años 60 su trabajo regresó a la palestra internacional, y para la década del 70 galerías de todo el mundo buscaban su obra.

Melancholic Tulip, NY © Estate of André Kertész

Tal como cuando vuelves a un libro años después de haberlo leído por primera vez, y descubres nuevos significados y otras formas de valorarlo, reencontrarme con la biografía de Kertész a raíz del tenedor fue tremendamente conmovedor. Hay una parte de mi —esta vez con un motivo menos fotográfico pero sí más personal— que se identifica con el sentimiento de abandonar tu afectos por razones políticas y comenzar de cero en un nuevo lugar. No puedo evitar verme reflejada, y no sólo a mí sino también a amigos y conocidos —fotógrafos, y de otras profesiones—que experimentan este desarraigo hoy. Muchos de nosotros hemos tenido que buscar otras formas de trabajar y crear para adaptarnos a un nuevo destino. También ha sido un proceso difícil para quienes se han quedado en el país porque nadie se ha salvado de readaptarse a los tiempos.  No es sólo que la vida por naturaleza produce cambios; los nuestros han sido impuestos a la fuerza, y son profundos y severos.

En momentos tan desoladores, parece casi imposible mantener el optimismo que nos pide la mujer de la historia, ella que nos insiste en que mantengamos el tenedor porque lo mejor está por venir. Quizás los más religiosos interpretarán que la mujer se refiere a la vida después de la muerte, pero yo, desde un punto de vista más agnóstico, asumo la anécdota como una oda al optimismo aquí en la tierra.

A todos los que se están readaptando, a los que luchan, a mis amigos fotógrafos que corren hacia el peligro en busca de retratar la realidad de un país hambriento, les regalo entonces mi tenedor: ¿lo mejor está por venir?, eso espero. Mientras eso sucede, pensemos también en el tenedor del maestro Kertész, que sin hacer conjeturas sobre el porvenir, nos llama a maravillarnos con la pequeña cotidianidad que nos rodea mientras seguimos en paso firme para recuperar espacios y volver a estar de pie. 

“The camera is my tool.
Through it, I give a reason to everything around me.”

— André Kertész

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