Como sobreviví a un cuento chino de altamar

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Les presento a Ruth Bradley. Es bióloga –bióloga marina para ser exactos– y también le interesan las artes. De hecho, es coleccionista. Ruth es del Reino Unido, escribe “kindly” y deletrea colores con U como le exige su gentilicio. Ruth tiene una relación muy especial con su padre; el señor Bradley cumplirá años pronto y su hija desea de todo corazón sorprenderlo con un regalo especial. Justo ahí es dónde me involucro yo en esta historia. Verán, Ruth ha encontrado una de mis obras en una galería online y me escribió recientemente un correo para preguntar si la fotografía todavía está disponible para la venta. Le respondí que sí, que si bien es una edición limitada, todavía tengo impresiones disponibles. El precio está publicado a través de la galería y ella, a diferencia de otros compradores, no ha pedido descuentos. Esta claro que no escatimará en hacer feliz a su padre –está completamente decidida a comprarla– y la fotografía deberá atravesar mares para llegar a las manos del señor y sorprenderlo. Me pregunté que habría en ese viejecito caminante de las calles de Barcelona que le habría hecho escoger la imagen. ¿Habría algo de él que le hacía pensar en su padre?

Bitácora de Lugares Encontrados, N. 131
Varios correos electrónicos van y vienen. Conversamos sobre dimensiones y materiales. Es una obra grande, un metro por un metro, pero la enviaremos enrollada— ya lo he hecho antes, y esa parte no es tan complicada— organizaremos el envío para que la obra deje mi estudio y vaya directo a la puerta de su padre. Sin embargo, hay un detalle no menor, Ruth me escribe desde un barco. La han enviado a una expedición y, si bien tiene acceso a internet, me dice que hay ciertas logísticas que se le complican. En todo el intercambio de mensajes, Ruth pregunta si es posible pagarme vía PayPal y pide utilizar un agente de su confianza para retirar la obra. Tengo cuenta de PayPal y por ese lado no veo problema. Ella ofrece hacer el pago de inmediato para no seguir demorando el envío; falta poco para el cumpleaños y por nada del mundo quiere dejar pasar la fecha de entrega. El otro asunto del agente si confieso que me suena un poco más complejo. ¿Quiénes son? ¿Tendrán operaciones en un país tan pequeño como Uruguay? Estamos hablando de una buena cantidad de dinero y yo bajo ninguna circunstancia quiero recibir nada hasta tanto no me asegure completamente sobre la logística de envío, la exportación de la obra y su ingreso a Reino Unido.
 

Me parece que es fácil enamorarse de la idea que alguien vio tu obra desde un rincón remoto del mundo y desea comprarla sin demasiado alboroto.

 
Cada vez que la galería online vende una de mis obras el proceso es simple y transparente. Ellos manejan absolutamente toda la dinámica del envío. Yo sólo tengo que encargarme de producir la obra, darles una fecha de retiro, ellos contratan a una compañía para que venga hasta mi puerta a buscarla, firmamos papeles para el seguro y aduanas y, a partir de ahí, todo queda en sus manos. Puede que no haya situación más burocráticamente compleja que la de Caracas e incluso desde ahí logramos enviar obras a Europa. Lo hicimos también desde Canadá y no tuvimos problemas. Desde Uruguay y sin la galería como intermediaria es otro asunto. La responsabilidad es demasiado grande. Le pido a Ruth que me de todos los detalles de la compañía del agente para yo manejarlo mientras ella sigue de expedición.
Nombre del agente: cualquier cosa— una compañía que jamás había escuchado. Ingreso un par de datos en Google y no consigo mayor cosa. La busco por nombre y la Ruth Bradley que me aparece es una actriz irlandesa; ni rastro de la bióloga marina. Es posible que no sea un nombre lo suficientemente peculiar para destacar y pienso que, aunque raro, no todo el mundo tiene por que dejar algún rastro en Google. Decido hacer una búsqueda por su correo electrónico y se me ocurre agregar también algunas líneas de su primer mensaje. Voilá! Google me arroja una larga lista de personas estafadas y discusiones pertinentes a fraudes que involucran a artistas. Rabia instantánea y por cucharadas.
 

Resultó ser que muy probablemente Ruth no era la bióloga marina inglesa que escribía desde un barco en plena expedición, sino un hacker cuarentón navegando el mar de los incautos desde el sótano de su tía abuela. 

 
Me parece que es fácil enamorarse de la idea que alguien vio tu obra desde un rincón remoto del mundo y desea comprarla sin demasiado alboroto. Me ha pasado y es grandioso! Me siento afortunada de todas las veces que he podido ver como a alguien se le ilumina la mirada por sentir una conexión con alguna de mis fotografías. También he recibido mi cuota de correos de dudosa procedencia —algunos más obvios que otros— y he tenido la suerte de siempre salir airosa. Esto me sucedió hace un par de semanas atrás y entre mi viaje a Miami y la organización de los talleres de fotografía que dictaría, me distraje y dejé la situación completamente de lado. Bloqueé la dirección de correos y seguí adelante, pero sentí la necesidad de advertirles sobre este tipo de fraudes para que nadie cayese víctima. No podía no escribir sobre ello. Sucede con frecuencia y los artistas son presas fáciles porque suelen tener su trabajo e información de contacto fácilmente accesible en la web. También son transacciones únicas y de precios relativamente altos.

¿Como reconocer un posible fraude?

El más común con el que me he cruzado es sencillo de identificar: te dicen que vieron el trabajo online, están escritos en un inglés bastante precario, los correos son algo incoherentes y vienen sin firma, el remitente siempre parece estar apurado y sugiere hacer el pago con cheque, la dirección de correo electrónico es extraña y generalmente contiene muchos números. “Ruth” fue distinto; parecía una historia más humana, estaba firmada, escribía perfecto inglés, respondía coherentemente, sugería hacer el pago a través de PayPal y utilizaba una cuenta de gmail con su nombre. Lo único fuera de lo convencional era la petición en utilizar su agente para mover la obra.
Investigué un poco más este caso específico y el fraude funciona de la siguiente manera: una vez que das tus datos de PayPal, te escriben que ya han hecho el depósito y te envían una suerte de comprobante de pago (logos y tipografías incluidos) donde te hacen creer que el dinero está en vías de ser depositado en tu cuenta. Acá pueden suceder dos cosas: en efecto el agente va, retira la obra y al par de días te explican que depositaron de más y que por favor devuelvas el excedente. O, no la buscan y te explican que hubo un inconveniente y debes retornar la totalidad del dinero. De cualquier forma algo de dinero ganan, bien sea por obtener la obra más el dinero “excedente” o por hacerse con el monto completo de la transacción. Lo más incautos, que creen que el comprobante de pago es verdadero, no se preocupan muchas veces por revisar que efectivamente el dinero si está depositado en la cuenta y terminan “regresando” un dinero que jamás recibieron.

¿Que hacer para protegerse de este tipo de fraudes?

  1. Duda siempre. Ponte alerta y trata de no dejarte llevar por la ilusión que te pueda producir vender tu obra.
  2. Busca en Google los nombres, los correos electrónicos, los textos y verifica que no arroje resultados extraños. Intenta entender quien está comprando tu obra y por qué.
  3. Siempre asegúrate que el dinero si ingresó en tu cuenta antes de entregar tu obra o hacer reembolsos.
  4. El más importante de todos: trabaja con tu galería de confianza y haz todo tipo de transacciones por métodos conocidos. Si el comprador insiste en una forma confusa de hacer el pago, explica amablemente tu forma de operar. Si la otra parte está realmente interesada, buscará la forma de cumplir con tus métodos de trabajo y los de la galería.

He escuchado infinidad de veces a artistas quejarse de la comisión que cobran las galerías por representarlos, y la verdad es que este tipo de situaciones me siguen afirmando mi tendencia a trabajar de cerca con galerías serias. Trabajar de la mano de galeristas, lejos de ser un costo es una inversión en tranquilidad, comodidad, legitimidad y sobre todo seguridad. La comisión de una buena galería va para el esfuerzo de promover al artista, la coordinación del retiro y envío de la obra, la logística para los permisos aduanales y para el seguro contra daños, la recepción del pago y el trato, en ese mismo sentido, con el cliente y la cobranza. He trabajado con galerías que piden desde un 30% a un 50% de comisión dependiendo de la plataforma (presencial o virtual), y he aprendido incluirlo dentro de los costos de llevar el estudio adelante. Ni antes ni después del caso de Ruth he dudado en pagarla.
¿Te ha pasado algo similar alguna vez? Comparte esta historia si te parece que alguien podría salvarse de caer presa de canallas por creer en cuentos chinos de altamar.

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